2 abr 2024

PEGATINAS EN LA ACERA

Hace unos días, paseando por Ruzafa me crucé con una de esas pegatinas que sustituyen a los coches cuando el ayuntamiento decide encargarse de guardarlos, dando pie a una de mis situaciones favoritas: esas que cuando le pasan a otros son comprensibles, pero al vivirlas en primera persona, es una injusticia.

Al ver aquella pegatina recordé que cuando era niño, corría a arrancarlas convencido de mi buena acción, ya que, pensaba que si había llegado después de la grúa pero antes que la policía, le estaba ahorrando una multa a alguien.

No recuerdo en qué momento dejé de arrancarlas, ¿porque me di cuenta de la tontería del razonamiento? Claro que no. Fue una mezcla entre pereza para agacharme, y mi híper desarrollado sentido del ridículo: solo yo arrancaba esas pegatinas. Algo fallaba. 

Con la perspectiva que da el paso del tiempo, saco dos conclusiones de aquello: la primera, desde niño soy antisistema pero no mucho, siempre defendiendo causas perdidas y pequeñas. La segunda, es que a mi no me estropeó la sociedad. Mi estupidez no es culpa del sistema educativo, ni me perjudicaron las redes sociales. Yo ya estaba torcido antes que la sociedad me echara a perder. Eso que le ahorro. Salí con desventaja respecto a cualquier persona con un razonamiento estándar. 

Poco se valora mi capacidad para sobrevivir.

Pese a los lamentos que suelo leer sobre lo mal que está todo, yo defiendo que si una persona con mi capacidad haya conseguido adaptarse y ser aparentemente funcional, es la demostración de que la sociedad todavía funciona.

Sé que muchos habéis tenido la mala suerte de tener que convivir con este nivel tan bajo que lastra todo vuestro incontenible potencial y tenéis que compartir espacio vital con mediocres indecentes. Injusto, a todas luces. Aquí un Culpable.

A mi dame mediocridad y llámame tonto. No me voy a quejar. Estoy encantado y aliviado en esta sociedad de un nivel tan bajo. Voy cada día al límite de mis posibilidades. En un lugar mejor y más brillante, cada año descendería una categoría hasta arrastrarme por las cloacas de vuestro mundo perfecto. No, gracias.

Deberíais verme cada vez que proyecto mi día: salir de trabajar, hacer deporte, leer textos profundos y elevados con los que meditar y alejarme de mi propia miseria escalando la cuesta de la sabiduría. Publicar los textos más audaces, ser descubierto por un editor que me proponga escribir un libro que sea un éxito moderado de ventas, pero alabado por la sesuda crítica, y convertirme así en alguien con prestigio.

Sale mal.

El resultado suele ser que en cuanto abro la puerta de casa, una fuerza poderosa disfrazada de cansancio, me hace estar en el sofá leyendo tuits estúpidos; wasapeando con la tele de fondo mientras el día se va escurriendo por el desagüe sin avisar.

Y eso no es lo peor.

Luego hay que añadir que esas noches me meto en la cama sacudiendo la derrota mientras me convenzo que mañana será distinto; habrá un cambio y una fuerza interna me permitirá vencer el cansancio, engañar a mi propia miseria para cumplir con los propósitos. Es mi manera de huir hacia delante, pegarle una patada al fracaso para alejarla de mi portería y, así, ganar un poco de tiempo.

Mientras muchos formaríais una sociedad mejor, más limpia y buena, en la que ni las grúas saldrían del depósito porque ya nadie aparca donde no debe; yo bastante tengo con montar una buena defensa de cinco; esperando cazar un contraataque inesperado. Llegar al miércoles con la esperanza de no haber sufrido en exceso; y el viernes por la tarde usar las últimas fuerzas que queden para llevar el balón hasta el córner esperando el pitido final y rezar para que, con un poco de suerte, el empate me valga.

Y si los días no salen bien, dejar las pegatinas en la acera.

26 mar 2024

ACTORES SECUNDARIOS

Dicen que los "amigos es la familia que se elige". No se me ocurre peor aforismo, me provoca sudores fríos porque bien es sabido que tengo una más que demostrada falta de criterio para tomar decisiones; cada vez que la escucho, me asusto. Por suerte, con los años descubrí que en la sabiduría popular la mitad de lo que se dice no es verdad, y la otra mitad es mentira. 

Así que por ahí escapé.

Además, cuando uno elige, no está solo, descubre que los otros también toman sus decisiones y muchos de ellos tenían sus propios planes. Ocurre que la vida es injustísima y me he encontrado en el camino junto a algunas personas a los que no merezco. No me hubiese atrevido a elegirlos a ellos, y sin embargo ahí están, soportándome contra pronóstico.

Aunque me interrumpan mientras escribo.

Sucede también que la vida en ocasiones transita por carreteras angostas, curvas muy cerradas que obligan a reducir la marcha y en las que te das cuenta que quizá la amistad no se debe valorar en tiempo invertido, que el verdadero valor se mide en intención: no se trata de estar, va de querer, de intentarlo, de jugar a la pelota sabiendo que puedes perder, y de hecho, se pierde muchas veces. Vaya si se pierde. Hay quien prefiere guardarse la pelota en casa y no perder aun a costa de aburrirse.

Es un método subjetivo, pero es el mío.

Me gusta vivirlo así, porque cuando están, sabes todo lo que hay detrás y así, mientras el balón rueda estoy disfrutándolo en lo íntimo. No hay nada que tenga más utilidad, que el valor de lo inútil, y jo, la felicidad debe estar escondida en algunos de estos momentos. 

Quizá sea por eso que siempre hay alguien que saca un teléfono para hacer unas fotos. Detrás de este gesto creo ver las ganas no tanto de guardar un recuerdo, como de atrapar el momento. Aunque puede que no, puede ser que me esté poniendo demasiado poético y hay, simplemente, una dictadura de la foto. 

Sea lo que sea, me parece bien. Ojalá muchos más momentos, muchas fotos.

Hace poco, en uno de esos cada pequeños encuentros, mientras comíamos, alguien nos explicaba un vídeo divertidísimo que había visto en una red social. Tan gracioso era que tuvo que coger el teléfono para buscarlo y enseñarlo. Yo participaba en la escena sabiendo perfectamente de qué vídeo hablaba, ¿sabes por qué lo sabía? Porque el que se lo había enseñado la última vez que coincidimos, había sido yo. 

Por un momento estuve tentado de reivindicar el descubrimiento y recordarle que ese vídeo lo conocía por mi; pero reaccioné y me detuve a tiempo: ser lento tiene, en ocasiones, sus ventajas.

Pocas veces en la vida he tenido la suerte de haber rozado la perfección... y casi lo estropeo.

Desde hace muchos años, sé que el papel que mejor represento es el de actor secundario, nunca me sentí cómodo las pocas veces que me tocó ser protagonista. Así que, conseguir dejar el recuerdo justo como para que tiempo después una persona solo recuerde con una risa (incluso me conformo con menos) la anécdota pero no el narrador es, un pasito pequeño pero sólido hacia el éxito.

Dejar una huella pequeña, no una marca profunda.

10 mar 2024

COLOMBIA 2024

DoraBot; pico y placa; la chicha; dolor de cabeza; chocolate y queso; Botero; desayunos de Instagram; "la tóxica"; catedrales de sal y churros; "disculpe, su merced"; ideas de felicidad perfecta; tremendo trancón; Simón Bolívar; 6:30 no dormir y correr;  ¿Roma? Roma; jet lag o mal de altura; despegar una vez, aterrizar dos; arepa con arepa; dormir a golpes; Cocora, los Willys, Salento; el atardecer es el principio, no el fin; recolectar bajo la lluvia café y picotazos; cafetera coreana, chica coreana; la pizza del día anterior, siempre está buena; conducir hasta Pereira; sentir que estás vivo porque duele ver lo que no se puede captar; cenar en un alemán; Medellín, emocionarse, recordar al niño al que le dolía Colombia; ¡Roma!; volar en parapente y metrocable, llegar tan alto que solo quiero caer; acordarme que no me acordaba de ti, y volver a olvidar; Comuna 13 y piel de gallina; ¿todavía no he dicho nada de los perros?; subida al peñol; Escobar, James, Ospina y su ex; millones de pesos; el hotel está cerrado; comunidad nativa; quemarse, piscina; Tayrona, hamacas, playas y montañas; calor, piscina y reír, reír y disfrutar sin reloj; Cartagena; Don Blas; camisetas de felpa; Islas del Rosario, comer, reír y beber, reír un poco más; atardecer en canoa; me equivoqué de camino, me persiguió un otro perro, miedo; seguir riendo; cenar y reír; el traslado (en barco) más divertido de mi vida; que te pite un transatlántico; Cartagena otra vez y "principio del fin"; Getsemaní; un fusil no cabe en un pollo; correr como si fuera agosto; "solo 15 pesitos"; fiesta, risas, "desde 1492"; piscina, comer y un sábado con aroma de domingo.

Noelia, Pablo, Cristina, Lorena, JR y, por supuesto, Isabel.

Gracias.

30 ene 2024

CRÓNICA MARATON VALENCIA 2023 (II)

En mis años de estudiante, donde la mediocridad fue mi fiel compañera de viaje, todo era aguantable. Solo había una excepción: el clásico estudiante y compañero que estaba siempre hundido y lamentando su suerte porque no habían estudiado, no sabía nada y estaba condenado al fracaso, pero luego no bajaba del sobresaliente.

Supongo que hacerse mayor es, en parte, convertirte en aquello que siempre has odiado. Por una semana, o quizá más, me convertí en esa persona.

A alguien le escuché una vez decir que no tiene el recuerdo de ser feliz solo de haberlo sido. La noche antes de la maratón y los nervios con los que desayunas esa mañana son el mejor ejemplo de esto: qué buen recuerdo guardo de ese rato, aunque sospecho que en ese momento no eran tan agradables.

Después de toda la logística de la guardarropa, cambiarse y, también importante, los abrazos y buenos deseos con los amigos. En carreras con tanta diferencia en la salida no siempre es fácil. Pero merece la pena..

El momento tantas veces pensado: esperando la salida rodeado de gente, pero solo. Nino Bravo retumbando en la megafonía, cada uno gestionando sus nervios como sabe o puede, mientras estos corretean libres por el estómago. Ojalá las piernas puedan moverse a la misma velocidad que ese gusanillo que va por dentro.

Las mismas ganas con las que quiero que esto empiece ya y así poder demostrar(me) que puedo; pelean con la idea de quedarse aquí: siempre con las opciones puras, limpias, intactas.

Pero no se hace una tortilla sin romper un huevo. Así que adelante.

Las mismas dudas debió compartir el que daba la salida, ya que se oyó un pistoletazo, y mientras empezábamos a correr el speaker pedía que parásemos. Se hizo el caos: salí, paré, volví pero no hubo más remedio que empezar de verdad, el pelotón no esperaba ya a nadie.

Esto que cabreó a algunos, a mi me ayudó a concentrarme en la carrera y hacer lo mío de la mejor manera posible. Estar centrado en lo que yo podía controlar y olvidarme de todo lo demás.

Se sabe que los primeros kilómetros no sirven para ganar, pero pueden echarlo todo a perder. Dos objetivos importantes: no tropezar con nadie en un pelotón tan grande; y conseguir llevar un ritmo de crucero cómodo sin pasarme, ni quedarme corto. La idea era salir a 4:15min/km y, conforme avanzase la carrera ver cómo respondía el cuerpo.  

Eso sí: la ilusión era bajar de 3 horas.

Y el cuerpo empezó a responder. Las sensaciones desde el principio eran muy buenas (km3-12:34), llegamos a Los Naranjos donde estaba el primer avituallamiento que trae siempre muchos nervios. Gente cruzándose al aparecer las primeras mesas. Incluso casi tengo que pararme para no tropezar y, aunque el km 6 es el más lento de la carrera, lo salvo bastante bien rodando cómodo por debajo del tiempo previsto.

La animación en estos kilómetros es brutal y las piernas van solas, tanto que, sin darme cuenta subo un punto el ritmo. En Blasco Ibáñez me quito la braga y los guantes que ya sobran porque el día es casi perfecto para correr. Enfilamos la ronda norte, me pasa un compañero de entrenos que me dice que "no tiene el día", le animo y ya aparece el km 10 así que preparo ya las sales para el avituallamiento. Las noticias no pueden ser mejores: más de 30 segundos de margen con respecto al tiempo previsto (41:53).

¿Y si me estoy pasando? Aparto las dudas de la cabeza de momento y sigo.

Llego a Dolores Marqués con la impresión de que los kilómetros "caen demasiado rápido" casi sin darme cuenta, de hecho algún punto me sorprende de lo pronto que aparece. En Botánico Cavanilles para seguir con la tradición recibo los primeros ánimos personalizados. Se nota que aquí, juego en casa.

La zona de Alameda y Aragón son siempre un gusto por la cantidad de público que hay animando, voy recibiendo apoyo de conocidos que me empujan. Las sensaciones siguen siendo fantásticas en este punto donde tengo previsto tomar el primer gel que cae bien al estómago (km15-1:02:38) el margen está ya por encima del minuto. Bien.

Estamos de nuevo en Blasco Ibáñez, una avenida de ida y vuelta, que permite comprobar mi sitio en la carrera: el grupo de 3 horas lo tengo casi tan lejos como yo estoy del de 2h50min. Además, voy marcando todos los parciales entre 4:05 y 4:10 tan cómodo que no me lo acabo de creer y las dudas vuelven a visitarme: ¿Me estoy pasando? ¿Me devorará el monstruo al final? ¿Chocaré con el muro?

No ser demasiado listo tiene, a veces, sus ventajas: no pienso mucho más, solo corro. 



Al final de los Naranjos vuelvo a coger a mi compañero de entrenos justo cuando estamos entrando en la zona de la Malvarrosa, los dos vamos con la camiseta granota, lo que hace que aquí el público nos anime de manera especial: aquí también se corre en casa.

Llego a la media maratón en 1:28:06. Casi no lo puedo creer. Intento contener la euforia que me manda el crono. Cuando creo que he conseguido dominarla, me doy cuenta de mi fracaso: el km 25 cae por debajo de 4 (3:57) además llegando otra vez a la Alameda donde sigo recibiendo gritos y ánimos que impulsan. 

La adrenalina empieza a desbordarse.

Ya me he tomado el segundo gel, estoy disfrutando muchísimo, corriendo cómodo. Al pasar el km 28 me doy cuenta que llevo mucho tiempo por debajo de 4:10min/km y casi tengo que pellizcarme porque tengo una sensación de estar viviendo algo irreal. Me pregunto casi en voz alta si esto de verdad no es un sueño: estar "tan bien" con casi 2 horas de carrera.

Todo parece real, veo el público, pero no el escenario. Sigo sin creérmelo del todo, así que doy por hecho que detrás de cualquier curva estará el "tío del mazo" esperando para golpearme fuerte y dejarme seco. 

Calma, me digo, estos más de 28 kilómetros no se borran. Ya son míos.


Sigo sin notar ningún síntoma que presagie la caída pero, ¿acaso notó Ícaro el calor cuando volaba muy cerca del sol? Sí, ya sé que en ocasiones me vengo arriba con las comparaciones. Perdonármelo.

Ya he dejado atrás el km30, la batalla interna seguía estando entre las buenas sensaciones y el miedo a los últimos kilómetros. Justo antes de Gran Vía había quedado con Belén que me esperaba con un gel, pero prefiero no cogerlo y seguir con el plan inicial.. La energía vino de los ánimos de mi familia que estaba por ahí. Los parciales seguían rondando los 4' pelados.

Llegamos al km32, ahí donde la maratón va seleccionando a sus víctimas. Poco después llegó el momento en el que las fuerzas amagaron con fallar pero fue justo cuando tomaba el último gel y llegaba el avituallamiento del km33 así que esta "mini crisis" se fue casi sin llegar. Otra señal de que sí, que era EL DÍA.

La recta paralela al Bioparc. Recuerdos de Vietnam. Pero ahora me veía adelantando corredores y con la cabeza limpia. Aquel sufrimiento de hace 2 años, se transformaba hoy en más fuerza y más confianza.

Sigo incrédulo; de repente estoy en el km35 (2:25:34) y ya que el sub 3 lo tengo, ¿Hasta dónde puedo llegar? Es en ese momento la última vez que le hago caso al reloj. Pienso que si no aflojo, puedo tocar las 2:55 y pagar alguna apuesta. No quiero tocar nada hasta llegar a Archiduque Carlos: ya casi es el momento de ir a ganar. Paciencia.

Es al llegar a esa Avenida cuando ya desaparece el último resquicio de miedo que me queda: apretar los dientes y a volar: no sé porqué tengo tanta fuerza, pero ahora lo único que me preocupa es aprovecharla.

Los últimos 5 kilómetros fueron sensacionales, seguía adelantando corredores, empujando con todo lo que sentía: fuerza, ilusión y euforia, paladeando cada zancada.

Km 40 y ya estamos en la orilla del río, la larga recta que lleva hasta la bajada final abarrotada de público haciendo un pasillo que recuerda a las ascensiones de las grandes vueltas ciclistas. Estos últimos kms son además, los más rápidos de la maratón. La emoción ya está a flor de piel, empiezo a pisar la alfombra azul antes de llegar a la curva de la felicidad, esa que abre el paso a la Ciudad de las Artes y, en efecto, no fue un sueño.

Estaba hecho, era mío y ya nadie, nunca, me lo va a quitar: 2:53:57.

Para siempre.

18 ene 2024

CRÓNICA MARATON VALENCIA 2023 (I)

Leía hace unos días a Manuel Vicent que escribió que "no existe otro remedio conocido para que el tiempo discurra muy despacio sin resbalar sobre la memoria, que vivir a cualquier edad pasiones nuevas, experiencias excitantes, cambios imprevistos en la rutina diaria". En definitiva, enfrentarse a lo desconocido. Sin esperarlo, sin esquivarlo.

Me pasé todo el lejano 2023 diciendo a aquél que quisiera escucharme que estaba inmerso en la locura de preparar otra maratón, pero no porque quisiera correr otra; lo que buscaba era volver a vivir por primera vez aquello que sentí en torno al km 14 del maratón de Valencia del año 2021, en la increíble recta de Botánico Cavanilles. 

Supongo que lo lógico es pensar que vivir por primera vez algo por lo que ya has pasado, es imposible. Pero cuando sentiste aquello que algunos llaman magia, acabas pensando que por qué no. 

Ocurre que a veces la vida parece un cubo de Rubik, cuando crees que ya tienes una línea, todo se mueve y se vuelve a desordenar. Mientras asisto atónito a ese imposible, al lado hay gente resolviéndolo en segundos, sin aparente esfuerzo. Pero pasó, el día 3 de diciembre todo empezó a encajar a la perfección, los cuadrados se movían por inercia.

Y me quise quedar a vivir en algunos kilómetros. Atrapar el aire con mis manos y guardarlo para siempre.

La preparación fue un Dragon Khan, llena de vueltas, subidas y bajadas imposibles. Dos años antes fue casi perfecta: iba clavando cada entrenamiento como marcaba el plan. Esta vez no había manera, por mucho que lo intentara no dejaba de tropezar: una semana con fiebre, después dos más con el "cuerpo bloqueado" incapaz de hacer 3-4 kilómetros sin parar. Cerca estuve de renunciar, parecía lo más lógico porque no pasaba nada, pero no funcionaba.

Pero un día algo aquí dentro hizo clic.

¿Qué fue? No tengo ni idea. Durante una media maratón empecé a encontrarme bien, las piernas y la cabeza se soltaron, la frustración se volvió alegría. Tuve la tentación de dedicar algo de energía a encontrar explicación, hasta que recordé que tenía algo más importante que hacer: disfrutarlo

Quizá si supiera qué fue estaría más cerca de repetirlo, pero una de parte de la magia de la vida es no saber porqué sucede lo que ocurre. Está bien así.

Oigo mucho eso de "ser como niños" y yo creo que una de las claves es esa, no perder el tiempo ni las energías que son para disfrutar buscando explicaciones fútiles, que además suelen ser más grandes que uno mismo y, además, son mucho más grandes que yo. 

Ese 22 de octubre cambió la dinámica. El punto de inflexión a partir del que empecé a disfrutar de cada entreno, a notar esa chispita en el cuerpo y a que todo fluyera. No estaba seguro que hubiese llegado a tiempo, pero entrenar ya era otra cosa. Después, unos días en La Rioja me acabaron de dar el empujón para entrar en el último mes de la preparación con la esperanza de conseguirlo.

La semana de la carrera no la puedo explicar, sentía ese gusanillo en el cuerpo que solo entienden aquellos que han vivido algo similar, esa sensación que mientras la traigo a mi cabeza para escribir estas líneas todavía me vibra en la piel. 

ILUSIÓN, creo que se llama.

Los días se deslizaban sigilosamente, sin tregua ni descanso hasta que de pronto es viernes, salgo de trabajar y lo único que hay se ve ya en el horizonte es la carrera.

Dicen que una maratón son 42,195 kms. Pero es mucho más que eso: son los 4 meses de entrenamientos; los litros de sudor derramados; los kilómetros en compañía y en solitario; las personas cercanas que te aguantan con cariño y paciencia tantas conversaciones sobre un tema que no les importa casi nada. Los nervios, las frustraciones, el odio y el amor al río Turia, a los madrugones y al sinsentido que tienen las cosas banales que tanto nos importan. En definitiva: a mi mismo.

Llegó EL DÍA. 

Antes de dirigirnos a la salida comprobé que lo llevaba todo: mi camiseta azulgrana con el dorsal al pecho, el reloj, el convencimiento de que todo había merecido la pena, los geles, las dudas y las ganas de resolver tantas horas de incertidumbre.

14 ago 2023

EL UNIVERSO ES INFINITO, OTRAS COSAS NO

Alguien que me leía hace años me dijo que de vez en cuando vuelve a leer mi blog y que últimamente solo escribo tonterías. Bien, prueba fehaciente que lo escribo yo, del que no se puede esperar mucho más. Agradezco de corazón cada sincero elogio.

Hoy no será una excepción.

En ocasiones, sin aviso previo me atropellan recuerdos del pasado que me pinchan el estómago. Uno de los más habituales es un pensamiento que me rondaba durante la adolescencia. Fantaseaba con ser testigo de desgracias que sucedieran a mi alrededor; de esas que hacen temblar los cimientos de mi vida, profundizando en no sé muy bien qué y, supongo, transformar mi personalidad de arriba a abajo. 

Demasiado cantautor.

De esos recuerdos puedo concluir que desde bien pequeño he sido dos cosas: imbécil y feliz. Por ese orden. Son dos características que me acompañan y están presentes en casi cada momento de mi vida. Son parte de lo que soy.


Pasa que una mañana de febrero me levanto como un día cualquiera, pongo la radio mientras preparo el desayuno para despertar a esa cabeza imbécil y feliz y encuentro que todo gira en torno a que Will Smith le ha soltado un sopapo a un tipo en la gala de los Óscar

Me faltó tiempo para entrar en redes a buscar el vídeo (puro interés, cero morbo) y me encuentro con un encarnizado debate en el que todo el mundo tiene ya su postura definida con la suficiente solidez para defenderla: quién actuó de forma correcta, quién no, porqué y porqué no. Fascinado soy como una pelota de tenis pasando de un lado a otro con cada nuevo argumento. Casi se me queman las tostadas.

No sabía si era la felicidad, la imbecilidad o el cansancio lo que se interponía entre la opinión y yo. Pensé que debían ser las tres. Año y medio después de aquello sigo sin tener una opinión clara y contundente. Sería un problema si no fuese porque ya a nadie le importa y pocos se acuerdan de ello.

Eso no evita que sospeche que si fuera menos imbécil y más feliz o a la inversa, yo también podría haber dicho algo.

Hace poco volvió a pasar, me levanté y esa noche había saltado otra típica historia americana: la de los extraterrestres. Esta no te obliga a formar la opinión rápido, para esto a todos nos ha dado tiempo de sobra a pensar sobre ello. Peor. 

Prevenido me centré primero en que no se quemara el desayuno.

En esta historia están por un lado los que se niegan a creer en que algo así haya pasado, pase o pasará; en otro lado tenemos los que no tienen dudas que en un universo del que no conocemos sus límites no haya otro tipo de vida más allá que lleve muchos años estando infiltrados entre nosotros.

Yo, como de costumbre, no tengo ni idea de cuál es la verdad, lo que sí sé, es que si en este planeta tan pequeño tu y yo no nos hemos encontrado aun en todos estos años en los que no hemos parado; no creo que sea tan fácil que en un universo tan infinito nos hayan encontrado ya unos seres tan lejanos que no sabemos a qué vienen. No sería justo. 


Aunque si ellos han sido capaces de encontrarnos, lo que no puedo negar es que son una inteligencia muy superior a la mía que llevo dos semanas incapaz de encontrar un libro en una casa de poco más de 40 metros cuadrados. La inteligencia de esos seres sería casi tan grande como la de las madres.

26 jul 2023

LA FORTUNA DEL VAQUERO

Hace unos días oía una tertulia en la que se hablaba sobre propuestas de algunos partidos políticos, muy interesado en el tema no estaba (por lo que sea) hasta que surgió un tema que llamó mi atención, debatían sobre algo que parecía ser una novedad que llamaban impuesto a las grandes fortunas. 

Creo que discutían sobre la eficacia, la importancia y la oportunidad de la medida, pero poco a poco mi cabeza empezó a alejarse de lo que allí se decía, solo podía pensar en algo: ¿Qué es una gran fortuna?

Sin ser yo un experto, me atrevo a asegurar que no hay mayor fortuna que la mía.

Fui a comisaría a denunciarme, aunque no pude hacerlo porque había mucha cola, mínimo 3 horas. Así que me he visto en la obligación de mandarle una carta al gobierno para que me cobren ese impuesto. Lo pago todo yo. 

Yo, que te tengo a ti al otro lado de la pantalla usando tu valioso tiempo en leerme; yo, que tengo los mejores amigos que cualquiera podría soñar; yo, que sin merecerlo tengo una vida llena de lujos y privilegios; yo, que tengo en mi vida personas que me miran con buenos ojos y piensan que soy mejor de lo que soy. No merezco tanto.

Me parece justo que el gobierno me obligue a rendir cuentas por tanto privilegio. Otra cosa sería egoísta. Aunque ya les he avisado que por muy alto que sea ese impuesto, lo que nunca conseguirán es  que pague lo suficiente para todo lo que recibo.

Si tuviera que elegir entre cualquiera de las posibilidades que se nos ofrece en el marco político actual, me quedaba, sin dudarlo, contigo.

Es así.

Mas tarde de lo que me hubiera gustado, pero quién sabe si a tiempo, descubrí que el esfuerzo por ser el mejor no servía para nada. 

Sin calidad suficiente para que el equipo dependa de mi acierto, no puedo ser protagonista, el que se lleva méritos, aplausos y portadas. Mi papel es el de correr la banda, apretar, recuperar el balón y pasárselo rápido al bueno, antes de volver a perderlo. Así que no tengo que ser el mejor, sino estar entre los mejores y jugar en equipo. Dejar a los compañeros el mérito y los focos. No querer el barco, sino disfrutar del barco de mi amigo. 

Al fin y al cabo, soy demasiado vago para llevar cuidarlo todo el año. 

Hay quien nació para brillar bajo el foco, luciendo el traje impecable y llevándose la admiración de todos por esa belleza, pero intentarlo sin tener mimbres para ello no es buena opción. Por lo menos, no para mi. Ese esfuerzo para acabar usando el traje, como mucho, 4 ó 5 veces al año, es demasiado.

Tanto para tan poco.

A veces pienso qué pasaría si hubiera una prenda de vestir que fuese molesta, incluso agobiante cuando hace calor; que además fuera inútil para combatir el frío en invierno y, por si no fuera suficiente, en días de lluvia cada vez que moja, se volviera incómoda hasta para moverse. 

¿Tendría éxito? ¿La compraría alguien? Supongo que no; a no ser que tenga forma de pantalón vaquero y sea la prenda de ropa más usada en el mundo.

Es lo que llamo el "paradigma del vaquero", cuando todo apunta a que no tiene ningún elemento que garantice la supervivencia, se convierte de manera inexplicable en un  éxito. Es como la Torre de Pisa, supongo que el arquitecto que la diseñó fue despedido sin indemnización, y es precisamente su defecto la que la convierte en un éxito mundial.

No es necesario (ni deseable) ser perfecto para lucir. En ocasiones, es la capacidad de ser genuino, cómodo y versátil la llave del encanto.

Las personas vaquero no acostumbran a salir en la foto, (ni siquiera en la era instagram), su presencia es ese silencio que se echa de menos en medio de tanto ruido, quizá no destaquen especialmente, pero cuánto se necesita gente así. Sin un lateral derecho o un mediocentro defensivo que cumplan su tarea, el portero no podría parar el penalti decisivo, ni el delantero tendría la ocasión de gol que le trae la gloria.

No lucir nada para que todo brille.